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Hace algunas décadas di en la Biblioteca Nacional de Venezuela con un libro tituladoEstudios históricos y simbólicos sobre la franc-masonería. Para quien tenga interés en este campo de estudio, importa acotar que hay un importante material sobre el tema en esa institución. Pero este en particular atrapó mi atención, por cuanto fue escrito por una mujer. Su nombre era Carolina de Silva.
No es un dato baladí este que acoto. Es conocido que la orden francmasona (o la masonería, como comúnmente se le menciona) no admite mujeres en sus congregaciones. Sin embargo, esta escritora no solo se dedicó a escribir sobre el universo francmasón, sino que se autodenominaba “Hermana Susana”. Con esta última apelación, se apropiaba de la práctica común en los miembros de esta orden, quienes usan la nominación de “hermano” para referirse entre sí.
La circunstancia de encontrar una firma femenina que, sin timidez, exploraba un territorio tradicionalmente vetado a la mujer no fue el único hecho que me sorprendió. La otra sorpresa que recibí –la que, con seguridad, también llamará la atención de quien lee esta columna– tiene que ver con la impresión caraqueña del volumen, por la Casa Editorial de La Opinión Nacional, en 1887.
Quien continúe avanzando en la lectura de estos Estudios históricos y simbólicos sobre la franc-masonería advertirá que el material ofrecido por la Hermana Susana abre con un par de páginas dedicadas al Dr. Diego Bautista Urbaneja y a su esposa, la señora Margarita S. de Urbaneja. En determinado momento, esas líneas de cortesía manifiestan que es la segunda edición de la obra, pues la primera se hizo en la isla de Cuba, donde logró un importante éxito.
Interesada en esta mujer que se reconocía miembro de una comunidad franc-masona, aproveché un par de viajes a La Habana para averiguar su tránsito por la isla. Visité las bibliotecas del lugar y, por añadidura, estuve en la logia más importante de la ciudad y nadie me pudo dar razones de este libro y, menos, de su autora.
Seguí indagando aquí en Venezuela y la búsqueda emprendida no quedó en el vacío. En efecto, como durante un tiempo me dediqué a revisar las revistas publicadas por las logias caraqueñas, en determinado momento me topé con una muy particular. Se tituló El Sol de América.
En varios números de esta publicación se dedican elogios al libro de Carolina de Silva. Más todavía, en circunstancia puntual se explica a los lectores que el impreso fue “puesto bajo los auspicios del eminente masón” Diego Bautista Urbaneja y de 2su muy digna esposa, la señora Margarita Sanderson de Urbaneja”.
Poco después, la Hermana Susana comenzó a colaborar en El Sol de América. El primer escrito que le publicaron se tituló “Gratitud de la mujer a la masonería”. En esos renglones, esta apasionada del mundo francmasón denuncia en los autores de la antigüedad el “silencio semi-penitenciario con respecto a la mujer, al extremo que nos hace juzgar lo mal tratada, la poca representación, o ningún valer que tenía”.
No solo en la antigüedad se observa el silencio mencionado. “Horripilante es ver –agrega– el lugar que ocupó durante muchos siglos la que por derecho divino y humano había venido a nuestro planeta para compartir con el hombre sus amarguras y felicidades”.
En la Edad Media, sostiene, ella “fue condenada a ser esclava, prestar perpetua y ciega obediencia, servir a su señor, quien la podía golpear y despedirla cuando se le antojara. Es verdad, ¡qué podía esperar la infeliz cuando la Iglesia Católica en varios Concilios duda si tiene alma, sosteniendo contra ella teólogos y doctores la afirmación de que celebraban pactos con el Demonio y por cuyas acusaciones mueren millares de ellas en la hoguera!”.
En su opinión, esas persecuciones se toparon con el freno que le opuso la institución masónica. Ello fue posible pues emplearon los “medios que todos conocemos, cual es el principal, el amor a sus semejantes”. No queda allí el argumento que desarrolla, pues acota: “Ocasión hemos tenido de experimentarlo; sí, la educación de la mujer debe mucho al desarrollo y elevada inteligencia que los masones adquieren en los templos; puesto que al salir ellos de sus reuniones vuelven a su hogar cariñosos y tolerantes inculcando en el corazón de su familia, especialmente en el de la esposa el germen fecundo de la caridad, de la tolerancia para con sus semejantes; semilla bienhechora, que en el sensible corazón de la mujer, por excelencia tierno y caritativo, produce ricas cosechas”.
Carolina de Silva vivió un tiempo en Caracas. Aquí vio tanto la publicación de sus escritos como de una que otra traducción sobre este tema de su interés. Con seguridad, para 1890 no vivía entre nosotros. En ese tiempo había fijado residencia en Puerto Rico. En esa isla estuvo dedicada a la enseñanza, al frente de un establecimiento concebido para ese propósito.
Desde luego, queda mucho por indagar de esta mujer que, sin dudas, fue viajera, intelectual y convencida promotora de la masonería.
Fuente: El Nacional
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