No todo le sale mal al Gobierno del Presidente Maduro. Aquellas cosas en las cuales no tiene incidencia- o tiene una incidencia muy marginal - terminan por resultarle favorables. Hay dos circunstancias del mercado internacional que están evolucionando en forma favorable a los intereses de Venezuela: el precio del barril de petróleo y el precio de la onza de oro.
El precio internacional del petróleo bordea hoy en día los 50 dólares por barril, lo cual significa para Venezuela un precio cercano a los 40 dólares por barril, dado que el petróleo venezolano, por su calidad, tiene un precio menor que los precios marcadores de los crudos europeos, árabes o norteamericanos. Pero 40 dólares por barril es un buen precio, o por lo menos bastante mejor que los 30 dólares, o menos, que ha sido el precio promedio durante lo que va corrido del año 2016. Esa situación puede darle a Venezuela un cierto respiro en sus cuentas externas. Puede permitirle un nivel un poco superior en materia de importaciones – quizás importar alimentos y medicinas, o importar mayores insumos para la industria nacional, - o puede pagar las deudas acumuladas que el país tiene con las compañías aéreas o con empresas proveedoras, o con los inversionistas extranjeros que tratan de remesar al exterior las ganancias legítimamente logradas en el mercado interno.
Con el oro la situación es similar. Gruesa parte de las reservas internacionales del Banco Central de Venezuela están constituidas por oro monetario, que se valora en la contabilidad de esa institución según el precio que ese metal vaya presentando en los mercados internacionales correspondientes en los meses previos. En la primera quincena de junio el precio del oro llegó a 1.252 dólares por onza, lo cual representa un precio un 16 % superior al que se presentaba a principios del presente año. No se trata, en este caso, exactamente de un mayor ingreso, pero si de un mayor valor para unos de los activos con que cuenta el país, que puede ser vendido en el mercado internacional y obtener de esa venta un precio un poco mayor que el obtenido en las ventas que discretamente ha estado realizando el Banco Central en el transcurso del último año. Además, se trata de un activo que abre posibilidades de un mejor trato por parte del sistema financiero internacional, que hoy en día tiene al país catalogado como uno de los más riesgosos del planeta.
La pregunta que el país debe formularse frente a esta situación es ¿a qué se van a destinar estos mayores recursos con que contará el país en el resto del año, en el caso de que la presente situación favorable se mantenga o se fortalezca más aun? Las cosas no parecen tener en el presente las características de boom que tuvieron en otros momentos de la historia reciente de Venezuela, y por lo tanto es dable pensar que a nadie en su sano juicio en el seno del gobierno se le ocurrirá la idea de volver a reiniciar la farra que se vivió en los años gozosos del boom petrolero reciente. Pero alguien podría pensar que, dado que hay que combatir la inflación a como dé lugar, entonces hay que disponer de dólares baratos para comprar en el mercado internacional, a cualquier precio, alimentos y otros bienes de primera necesidad para venderlos baratos en el mercado interno. Esa es exactamente la fórmula que no ha funcionado. O por lo menos la fórmula que no ha funcionado casi en nada, excepto en lo relativo a comprar a cualquier precio en el mercado internacional.
El dólar debe encaminarse hacia un precio de escasez y hacia un precio de mediano o de largo plazo sostenible por la economía venezolana bajo supuestos conservadores de los precios en los mercados internacionales de los productos con que nos relacionamos con el mundo. Si se quiere subsidiar el consumo y/o el ingreso real de los sectores más vulnerables de la población eso debe hacerse por la vía de los subsidios directos, y no por la vía de los supuestos dólares baratos – que se convierten en una inmensa fábrica de ricos de ocasión- ni por la vía de los bienes con precios supuestamente baratos, que siendo escasos, terminan convirtiéndose en caros por la vía del mercado negro, protagonizado por quienes tienen acceso a los dólares y a las importaciones privilegiadas. También hay herramientas, como los aranceles de aduana, que se pueden usar para discriminar en lo que respecta a importaciones que no son prioritarias para el país.
En tiempos en que todos hablan de dialogo, quizás podría pensarse en que en el seno del Parlamento- que es la instancia natural en la que dialogan los partidos políticos de distinta orientación política en el seno de la democracias modernas- se genere algún grado de consenso sobre un presupuesto anual de divisas, que rompa con el secretismo, la falta de transparencia, el amiguismo y el “ahí vamos viendo” que preside hoy en día la asignación y el uso de las divisas.
Se supone que el hombre es un único animal que tropieza dos veces con el mismo palo. Ojalá el gobierno venezolano actúe sacando las conclusiones correctas de la experiencia no muy lejana, y piense en los intereses de largo plazo del país. Pero en épocas de crisis, políticas y económicas, cuando la consigna central es salvarse como sea, es posible que termine por imponerse el viejo mecanismo populista de repartir y repartir para mantener contentos a los amigos y a los votantes. Ojalá se haya aprendido algo.
Artículo de Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el dÍa 15 de Junio de 2016.
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