La comisión de economistas que la Unasur puso a disposición del gobierno venezolano - para ver si recibían consejo, por lo menos de gente amiga y cercana - planteó como una de sus principales sugerencias la de caminar hacia una unificación cambiaria. La unificación cambiaria significa – tal como el nombre lo indica - terminar con los tipos de cambio múltiples que existen hoy en día en la economía venezolana e imponer un solo tipo de cambio, válido para todo tipo de transacciones.
Una medida de esa naturaleza tendría una serie de efectos positivos. Mencionemos dos de ellos: por un lado implicaría que se acabaría el arbitraje que llevan adelante algunos vivos, que reciben dólares a un precio bastante modesto y lo pueden vender a tasas de cambio varias veces superior. O, lo que es lo mismo, compran mercancías con un dólar super subvencionado, y venden luego esas mercancías como si se hubieran comprado con un dólar más caro. Con una tasa de cambio única, se acabaría, por lo tanto, con el rol actual del mercado cambiario de ser una inmensa fábrica de nuevos ricos.
En segundo, lugar, una tasa de cambio única implicaría que el dólar dejaría de ser el mecanismo para subvencionar ciertas mercancías o determinados consumos en el seno de la economía venezolana. La política de tener dólares baratos para que ciertos bienes se mantuvieran baratos en el mercado interno – que por lo demás no ha funcionado para nada – tendría que ser sustituida por una política en que el dólar dejaría de ser un instrumento de la política social, y los subsidios que se quieran dar tendrían que asumir la forma de subsidios directos, focalizados hacia los sectores más modestos de la población, y no subsidios generales abiertos a toda la ciudadanía como vienen siendo hasta este momento. También implicaría que la tasa de cambio dejaría de ser utilizada como un instrumento de política antiinflacionaria. La lucha contra la inflación tendría que pasar por la reducción del déficit fiscal, por la reducción de los créditos del Banco Central al Ejecutivo, y por el cese de los financiamientos a PDVSA.
Pero la sola unificación cambiaria no basta ni para solucionar todos los males del país y ni siquiera para solucionar los males que presenta el mercado cambiario. Se necesita, precisamente, que exista algo que pueda llamarse con cierta propiedad un mercado cambiario, que hoy en día está ausente de la institucionalidad económica venezolana. Se necesita que exista un mercado al cual puedan concurrir libremente ofertantes y demandantes de dólares. Si se logra la unificación cambiaria, pero el gobierno se reserva el derecho a decidir a quién le vende dólares y a quién no, entonces no se habría avanzado mucho. Se mantendría la asignación centralizada, la discriminación entre algunos demandantes y otros y la falta de transparencia en el proceso de asignación. Y ese es el caldo de cultivo más propicio como que se desarrollen eventualmente algunas prácticas económicas un tanto reñidas con la ética.
La unificación cambiaria no debe confundirse con la total libertad de mercado. Durante una cantidad importante de años de la década del 70, en Venezuela imperó la tasa de cambio de 4.30 bolívares por dólar. Había unificación cambiaria y había libertad de compra y venta de dólares a esa tasa fijada por las autoridades económicas. Pero no había una tasa que se fijara cotidianamente de acuerdo a los vaivenes de la oferta y la demanda, sino una tasa fijada por el organismo rector del sistema monetario y cambiario, la cual se consideraba sostenible a mediano plazo por la economía venezolana. Si circunstancialmente la oferta se alejaba de la demanda el Banco Central intervenía comprando o vendiendo dólares en el mercado cambiario, para que la tasa volviera a su nivel normal. El Banco Central tenía reservas suficientes como para jugar es rol.
Hay que reconocer que el Gobierno camina lenta pero inexorablemente hacia una cierta modalidad- bastante peculiar, por cierto - de unificación cambiaria. Mantiene - como cuestión de honor - un dólar super barato - para lo que el gobierno quiera y para quien el gobierno decida - que se mantiene congelado durante ya un largo tiempo, a un nivel que nadie en su sano juicio considera ni de equilibrio, ni compatible con los datos de la economía venezolana a corto o a largo plazo. Cualquier cosa que toque ese dólar barato no es bien vista por el Gobierno, lo cual puede ser la razón por la cual el paquete de recomendaciones de la Unasur no contó con mucha simpatía en los círculos gubernamentales.
Pero la segunda tasa de cambio existente -la tasa simadi- esa sí que se mueve día a día y se encamina hacia una eventual unificación, o por lo menos hacia una disminución de la brecha que lo separa del dólar aquel del cual no se puede hablar. Con esto último se pone de manifiesto que este último no era un puro invento de mentes malignas que se encontraban en guerra contra Venezuela y contra su economía, sino que es un dato que hay que mirar y tratar con mayor seriedad, pues es posible que algún día cercano la tasa oficial se dé con él un abrazo de hermano. Pero aun cuando esta modalidad de unificación cambiaria continúe con su marcha ascendente, no se logrará una tasa de cambio que sea única, estable y transparente mientras no se analicen con realismo los niveles de la oferta y la demanda de dólares, que a mediano y largo plazo, sean sostenibles en las nueva condiciones estructurales en que se desenvuelve la economía venezolana.
Fuente: Artículo de Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 29 de Junio de 2016.